
El trauma de apego: cuando el vínculo se convierte en herida
- Psicologia Psicax
- 13 jun
- 3 Min. de lectura
Desde los primeros minutos de vida, los seres humanos necesitamos más que alimento y abrigo. Necesitamos sentirnos seguros en la presencia de otro. El apego es ese vínculo afectivo que establecemos con nuestras figuras cuidadoras primarias y que, según la teoría del apego desarrollada por John Bowlby, constituye la base del desarrollo emocional y relacional a lo largo de la vida.
Cuando este vínculo temprano es inseguro, inconsistente o incluso amenazante, puede producirse lo que en psicología clínica se conoce como trauma de apego.
¿Qué es el trauma de apego?
El trauma de apego es un tipo de trauma relacional que se origina cuando el entorno afectivo de un niño o niña falla de forma significativa y repetida en proporcionar seguridad, contención emocional y disponibilidad. A diferencia de traumas agudos (como un accidente o una catástrofe), el trauma de apego suele ser crónico, sutil y difícil de identificar. Muchas veces no se trata de lo que ocurrió, sino de lo que faltó.
Este tipo de trauma no necesariamente implica abuso explícito. Puede derivarse de:
Negligencia emocional: figuras parentales frías, ausentes o incapaces de sintonizar emocionalmente.
Inconsistencia: cuidadores impredecibles, que un día son amorosos y al siguiente rechazantes.
Roles invertidos: cuando el niño tiene que cuidar al adulto, contener su malestar o adaptarse a su inestabilidad.
Violencia emocional o física, especialmente cuando proviene de quien debería proteger.
¿Cómo impacta en la vida adulta?
El trauma de apego deja una huella profunda en el sistema nervioso, en la autoimagen y en la manera de vincularnos. Muchas veces, los adultos que lo vivieron no son conscientes de su origen, pero sí reconocen patrones repetitivos de malestar relacional o emocional, como:
Miedo al abandono, incluso en relaciones seguras.
Tendencia a agradar o complacer para no perder el vínculo.
Dificultad para confiar o para pedir ayuda.
Problemas de autorregulación emocional (intensidad, bloqueo, desconexión).
Sensación persistente de vacío, soledad o inadecuación.
Atracción hacia relaciones tóxicas o desequilibradas.
Desde la neurobiología, investigaciones como las de Allan Schore o Bessel van der Kolk han mostrado cómo el trauma temprano puede afectar al desarrollo del sistema límbico, la amígdala y el eje hipotálamo-hipófisis-adrenal (HHA), comprometiendo la capacidad del individuo para calmarse, conectar y sentirse seguro.
¿Se puede sanar un trauma de apego?
Sí. Aunque el trauma de apego se teje en el contexto de una relación, también puede empezar a repararse a través de nuevas experiencias vinculares seguras. La terapia es uno de esos espacios posibles.
A través de un vínculo terapéutico estable, empático y coherente, la persona puede experimentar una relación distinta: una en la que no tiene que adaptarse para ser querida, una en la que puede sentirse vista sin juicio, sostenida sin exigencia.
Además de la psicoterapia, también son claves:
La psicoeducación: entender lo que nos ocurre desde un marco comprensivo y no culpabilizante.
La regulación emocional: mediante prácticas corporales, mindfulness o técnicas somáticas.
El trabajo relacional: aprender a poner límites, a pedir, a recibir.
La comunidad y los vínculos sanos: rodearse de relaciones nutritivas y confiables.
Un cierre necesario
El trauma de apego no define quién eres, pero sí puede explicar por qué a veces te cuesta tanto confiar, regularte o sentirte suficiente. No es un fallo personal, sino una adaptación a un entorno que no supo (o no pudo) sostenerte como necesitabas.
Reconocerlo no es quedarse en el pasado, sino abrir la puerta a una forma distinta de habitarte, de vincularte y de sanar.
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